Hace 38 años que ningún equipo más allá de Celtic y Rangers gana un título de liga en Escocia. El frío dato dice que entre los dos grandes clubes de Glasgow se han llevado el 86% de campeonatos nacionales, una cifra sin parangón en cualquier otra liga de élite.En Alemania, el comienzo de siglo fue testigo de cinco triunfadores diferentes en una década. En Francia, incluso al todopoderoso PSG se le han colado recientemente Lille y Mónaco.
Por ello, el desequilibrio competitivo y la proximidad geográfica siempre han invitado a los escoceses a coquetear con la idea de que su gran binomio hiciera la mudanza rumbo a la pirámide del fútbol inglés.Existe ya algún precedente, aunque más por anomalías territoriales que por nivel deportivo: el Border Towns United FC, que juega en Gretna (municipio plantado justo en la frontera de Escocia con Inglaterra), disputa sus partidos en el sistema de la FA.
El más claro ejemplo a seguir, sin embargo, sería el de Gales, con Swansea, Cardiff City, Newport County y el mediático Wrexham perfectamente consolidados en los niveles profesionales ingleses. Los dos primeros, incluso, disputando partidos de Premier League hasta no hace demasiado. ¿Pero qué es lo que impide que católicos y protestantes de Glasgow emprendan el mismo camino? La respuesta es más compleja de lo que parece.
En primer lugar está algo que muchos escoceses niegan en público pero reconocen en privado: si bien la competitividad aumentaría, sin Rangers y Celtic el valor de la Scottish Premiership caería en picado. En cuanto a ingresos, en cuanto a atractivo para las operadoras de televisión y, no menos importante, en cuanto a ranking UEFA. Aberdeen, Hearts o Hibernian, por citar tres equipos que se repartirían buena parte del pastel sin los dos grandes, serían incapaces de soportar sobre sus hombros el peso de una liga escocesa pujante. Volvamos al ejemplo galés: la Cymru Premier, con el modesto New Saints como máximo exponente, es la cuarta peor liga en coeficiente UEFA, por detrás de campeonatos minúsculos como los de Andorra o las Islas Feroe.
En segundo lugar, como el histórico Neil Lennon ha confesado en alguna entrevista, sería difícil que dos aficiones tan acostumbradas al triunfo como rutina pasaran de pronto a engrosar la clase media de una competición en la que, al menos en las primeras temporadas, no partirían como favoritos. Los ‘Old Firms’, los grandes clásicos escoceses, son gallinas de los huevos de oro que perderían algo de brillo encuadrados dentro del panorama inglés, donde quedarían lejos de ser partidos que decidieran ligas.
La opción de que el traslado cuajara llegó a su punto más álgido (o menos remoto, quizá) en 2009, cuando Phil Gartside, mandamás del Bolton Wanderers de aquella época, elevó una propuesta formal a la Premier que se acabó desestimando prácticamente por unanimidad. De cara al futuro, una de las pocas voces optimistas es la de Stiliyan Petrov, ilustre exfutbolista del Celtic, que cree que un hipotético triunfo del proyecto Superliga podría terminar uniendo en la oposición a ingleses y escoceses en una misma competición que plantara cara al gigante.
No es difícil toparse paseando por Buchanan Street, la gran calle comercial de Glasgow, con niños enfundados en las camisetas de los grandes ídolos de la ciudad, ya sean de la orilla azul o de la orilla verde del río Clyde. Muchachos que han crecido con el sentimiento de pertenencia que sus padres y abuelos les inculcaron, nostálgicos de un fútbol escocés que en los sesenta y setenta fue muy pujante en Europa. Es posible que esos tiempos queden ya desdibujados, pero lo que sigue intacto es el carácter libre y orgulloso de los habitantes del norte, esos que siempre miraron con recelo a los ingleses. La Premier League, por ahora, tendrá que esperar.