Todo empieza, como en las mejores historias, mucho antes de lo que se piensa la gente, cuando nadie mira. La clave del título de liga del Leicester City en 2016 se encuentra en la temporada anterior.
El equipo de Nigel Pearson, que jugaba con un 4-4-2 clásico con Leonardo Ulloa de delantero centro y donde James Vardy apenas tenía minutos, estaba prácticamente descendido en Navidades. Últimos y descolgados, era quizá lo esperado de un equipo que acababa de ascender.
De repente, en enero consiguió cuatro victorias de seis y la cosa empezó a carburar. El equipo no era malo (Wes Morgan, Paul Konchesky, Marc Albrighton, Dave Nugent) solo necesitaba entender que en la Premier hay que hacerlo todo más rápido. Al final, les sobraron tres partidos para salvarse tras ganar -y eso fue crucial- siete de los últimos nueve encuentros.
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La mayoría de la plantilla continuó en el club. El que no siguió fue el entrenador, que pese a ser popular entre los jugadores, fue castigado por el comportamiento indigno de su hijo en un viaje a Tailandia. Salieron los dos Pearsons. Claudio Ranieri recibió una propuesta del Leicester que rechazó en un inicio. Estaba pendiente de cerrar un contrato con el Queens Park Rangers y liderar un proyecto que pretendía devolver al equipo londinense a la Premier. Finalmente aceptó la oferta del Leicester y le dejaron claro su objetivo: salvar la categoría de nuevo.
¿Qué hizo Ranieri? Jugar como había hecho en tantos otros sitios. Como se dice en Asturias, 'azorrataos atrás y saliendo como flechas'. Dos buenas paredes de cuatro, un Okazaki que se caía desmayado de correr en todos los partidos y con Vardy en punta. En su once cabía un jugador que años atrás trabajaba en una fábrica -Vardy-, Kanté que hacía poco estaba en la tercera división y Mahrez en la cuarta. Quitó a Ulloa, máximo goleador de la temporada anterior, porque lejos del área, al no ser rápido, no hacía tanto daño. Esos cambios pueden salir bien… o no.
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El mundo descubrió al veloz Vardy, los buenos resultados continuaron. ¿Y Ulloa? Como todo iba viento en popa, hasta los que salían del banquillo daban un plus al equipo, y el argentino se encargó, como el resto, de defender y de lanzar el balón al espacio a Vardy. Todos -los veteranos, los nuevos, los que venían de abajo- se acomodaron en su papel, incluidos los aficionados que no cantaban ni alentaban cuando el equipo tenía el balón, sino cuando sufrían. Ranieri, campeón en otros lares, manejaba la situación con normalidad: les daba cinco días de vacaciones como lo hubiera hecho un manager inglés y miraba a otro lado cuando se rompía alguna regla.
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El equipo ganaba y ganaba pero encajaba muchos goles. “Hoy toca no encajar”, gritaba Ranieri antes de cada partido. Un día, antes de jugar ante el Crystal Palace, decidió cambiar de estrategia: “Os invito a pizza si no encajamos”. Victoria por 1-0. Ranieri los llevó a ‘Peter Pizzería’ en la plaza Leicester City. “Pero, como digo siempre”, añadió Claudio, “tenéis que trabajar para ganaros el pan de cada día. Debéis preparar vuestra propia pizza”. Cosa que hicieron a gusto. Y en los siguientes doce partidos no se encajó ni un solo gol. Nada es casualidad.
Desde febrero se sabía que solamente un desastre podría alejar al Leicester del título, y esa confianza explica lo que ocurrió al conseguirlo sin haber jugado. Ese día las celebraciones, pues, las celebraciones… no hubo. No había nada preparado. El club no cayó. Ni los aficionados. Como casi ningún jugador vivía en Leicester, sino desperdigados a 200 kilómetros a la redonda se juntaron unos cuantos en un pub y otros en casa de James Vardy para ver el Tottenham-Chelsea. Si el equipo de Mauricio Pochettino no vencía, el Leicester se proclamaba campeón. Ulloa lo vio en casa con sus dos hermanos, venidos de Argentina, y con unos amigos. Las escenas en casa de Vardy son conocidas, pero por el centro se juntaron unos cuantos aficionados pero no llegarían a mil. Acabaron en una discoteca cinco o seis jugadores (Danny Simpson, Smeichel, Schlupp, Ulloa) hasta las cinco de la mañana. Todo fue muy improvisado.
Al día siguiente había entrenamiento. Ronditos, unos toques… trabajando como si no hubiera ocurrido nada. A media mañana aterrizó el dueño con el helicóptero, le dio la mano a los jugadores uno por uno, hubo aplausos… pero vamos, se comportaron como si fuera el Real Madrid y hubieran ganado la liga mil veces. Fue el fin de semana siguiente, en el estadio, cuando todo se desmadró y fueron todos capaces de darse cuenta de que los milagros existen.
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