Un reportaje creado por Andra Diaconu y Alberto Pérez
Carla Suárez es una auténtica luchadora. Lo ha demostrado dentro de la pista, armada con su raqueta y preparada para afrontar cualquier desafío en el plano deportivo, pero también fuera de ella...
Desde que en septiembre de 2020 anunciara que sufría un linfoma de Hodgkin, su batalla contra el cáncer ha sido un ejemplo de superación y coraje, desatando una ola de solidaridad por parte del deporte español que ahora celebra su regreso. Sin embargo, este no ha sido ni mucho menos el único obstáculo al que Carla ha tenido que enfrentarse...
El gran público seguramente desconocerá cómo de complicados fueron sus inicios en el mundo del tenis y todos los sacrificios que tuvo que afrontar para perseguir su sueño. El primero, y probablemente uno de los más duros fue tener que abandonar a su familia y Gran Canaria para poner rumbo a Barcelona, consciente de que su profesión le obligaba a fijar su residencia en la ciudad condal.
De hecho, a su madre le dio un buen disgusto cuando le dijo que iba a marcharse.
“Recuerdo que yo iba conduciendo en el coche y Carla iba detrás. Entonces me dice que iba a irse. Menos mal que a mí no me veían la cara porque estaba mirando la carretera. Me impactó”.
Los focos, los viajes, los grandes torneos... Todo eso quedaba muy lejos todavía. Carla era una chica llena de sueños y de talento con 18 años, pero que no se podía permitir demasiados lujos.
“Íbamos a Barcelona, igual era un grupo de 6-8 personas, con 2-3 entrenadores. Yo me acuerdo que había un piso que tenía dos o tres habitaciones con muchas literas y nosotros nos quedábamos allí”.
“Cuando yo decidí irme a Barcelona preguntamos si yo me podía quedar allí y me dijeron que sí. Era un piso que era un bajo, tú tenías que bajar unas escaleras y el piso bueno no tenía ventanas”, explica Carla.
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“Tú no sabías si fuera hacia sol o estaba lloviendo. Simplemente la ventana, la puerta pequeña que daba a un patio interior pero no se veía porque estaba también techado”.
Resulta complicado ponerse en el lugar de aquella joven e imaginar la determinación y la ambición necesarias para abandonar su isla, su maravilloso clima, sus amistades... y poner rumbo a un futuro incierto.
Pero Carla no fue la única a la que le tocó hacer sacrificios. Su hermano, José Suárez, también se embarcó en la aventura sin dudarlo.
“Mis padres en Canarias, yo también allí, ese piso un entresuelo que apenas se veía casi la luz del día, eso quieras o no marca mucho”.
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“Ahí ya fue cuando yo ya me fui a Barcelona para estar con ella, que no estuviese sola y ayudarla en todo lo que se podía. Yo estuve un año sin trabajar, solo ayudándola a ella”, señala.
Para aquel entonces, todos en la familia de Carla habían cerrado filas con una consigna clara. Que la apoyarían. Que estarían con ella a pesar de que no hubiera elegido un camino fácil. Ni siquiera su madre lo dudó, a pesar de que cuando vio el dichoso piso le dieron ganas de llevarse a su hija de vuelta a la isla. Ella había tomado una decisión, una decisión valiente. El futuro demostró que no se había equivocado por perseguir su sueño.