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Tenis

¿Por qué vamos a echar tanto de menos a Rafa Nadal?

Eugenio Blanco
¿Por qué vamos a echar tanto de menos a Rafa Nadal?Getty Images
Los partidos de Nadal son como ese tipo de relatos que te hacen creer que puedes hacer más, que puedes hacerlo mejor, que puedes intentarlo otra vez

Emociona tanto la despedida de Rafael Nadal porque con ella decimos adiós a una forma de entender la vida. Ver en acción a Rafa tenía algo de experiencia iniciática, de terapia optimista que poco tiene que ver con la autoayuda. Y es que un punto de break de Nadal no era solo tenis. Al igual que una escena de El Padrino no es solo cine. Hay un relato estético y moral en toda esa composición.

Rafa, en la pista, es un discurso ético en movimiento. Sin un ápice de material postizo en su juego ni en su actitud. Y es eso, precisamente, lo que nos emociona y lo que más admiramos. No es la victoria, sino el arte estoico que impone a través de su juego. Un arte donde la regla es simple: las horas de esfuerzo explotan en un instante de concentración. Luego, los caprichos del destino dirán, ok, pero de especular, nada de nada.

Rafa Nadal Roger FedererGetty Images

Es esa la simplicidad de su discurso. Su determinación. Su poderío. Su resiliencia. Su 'tócala otra vez Sam' llueva o truene. Por eso el tenis de Nadal hace sufrir o gozar a quien lo presencia. Somos todos seres hipnóticos al verlo devolver bolas, seres profundamente conmovidos por su concentración extrema. Una concentración tan férrea que a veces se convierte en tics mecánicos y otras en golpes imposibles.

En los momentos más extremos del juego, Nadal tenía la característica de poder convertirse en una máquina, pero en una máquina cuyo combustible es la pura emocionalidad, un torbellino de adrenalina, un alegato vital. Y todo bajo un autocontrol domesticado, imposible y milimétrico. La máquina más humana que ha existido.

Conectamos tanto con Rafa como conectamos con los grandes libros o las grandes películas que hemos visto. Porque cuando está en pista, su escena trascendía el deporte y tenía la capacidad de conmover al espectador. Su tenis es todo un discurso cultural, un fino manual de filosofía donde echar mano, tanto si las cosas se ponen complicadas, como si la vida va con el viento a favor. Las Meditaciones de Marco Aurelio. Las canciones de Frank Sinatra. Las pinturas de Cezanne. En fin. Un partido de Nadal también tiene esos elementos artísticos, porque su juego es un filtro por donde todo el que entra sale mejor. Más inspirado. Más humano. Más humilde.

Por eso conmueve tanto su marcha. No solo porque nos hayamos acostumbrado a sentir su inmenso éxito como propio. Lo que realmente sabemos que vamos a añorar es la emoción de verle competir. De sentir que daba igual que la fortuna estuviera o no de su lado ese día, porque Nadal, como pocos, también sabía retar a su propio destino, exprimir sus posibilidades, aceptar con deportividad la gloria o la derrota.

Rafa Nadal, Carlos Alcaraz

Por todo esto, el cariño por Rafa no va únicamente de compartir el éxito de un deportista. Ni de admirar su personalidad en su oficio. Ni de sentirse orgulloso de una marca nacional. Tiene que ver más con la capacidad de inspiración que tenía en la pista, la capacidad de generar motivación en aficionados y rivales, “me has llevado al límite”, se despedía Djokovic.

En fin, una motivación parecida a la que surge cuando uno ve Rocky por primera vez, que luego tiene ganas de subir todas las escalinatas del mundo corriendo. Porque los partidos de Nadal son como ese tipo de relatos que te hacen creer que puedes hacer más, que puedes hacerlo mejor, que puedes intentarlo otra vez.

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